Fábulas de Esopo
Qué puede haber para que los niños aprendan y además les estimule y divierta... ¡las fábulas de Esopo!
Para recordar, Esopo fue un exitoso escritor griego, en cuyas fábulas los protagonistas son animales,
que a través de sus actos proporcionan una lección moral,
recogida al final como moraleja. Estos cuentos aportan a los niños
enseñanzas para su educación, pero también ayudan a desarrollar su creatividad y fomentan el interés por la lectura infantil.
La zorra y las uvas
En una mañana de otoño, mientras una zorra descansaba debajo de una plantación de uvas, vio unos hermosos racimos de uvas ya maduras, delante de sus ojos. Deseosa de comer algo refrescante y distinto de lo que estaba acostumbrada, la zorra se levantó, se remangó y se puso manos a la obra para comer las uvas.
Lo que la zorra no sabía es que los racimos de uvas estaban mucho más altos de lo que ella imaginaba. Entonces, buscó un medio para alcanzarlos. Saltó, saltó, pero sus dedos no conseguían ni tocarlos.
Había
muchas uvas, pero la zorra no podía alcanzarlas. Tomó carrera y saltó
otra vez, pero el salto quedó corto. Aún así, la zorra no se dio por
vencida. Tomó carrera otra vez y volvió a saltar y nada. Las uvas parecían estar cada vez más altas y lejanas.
Cansada por el esfuerzo y sintiéndose incapaz de alcanzar las uvas, la zorra se convenció de que era inútil repetir el intento.
Las uvas estaban demasiado altas y la zorra sintió una profunda
frustración. Agotada y resignada, la zorra decidió renunciar a las uvas.
Cuando
la zorra se disponía a regresar al bosque se dio cuenta de que un
pájaro que volaba por allí, había observado toda la escena y se sintió avergonzada. Creyendo que había hecho un papel ridículo para conseguir alcanzar las uvas, la zorra se dirigió al pájaro y le dijo:
-
Yo habría conseguido alcanzar las uvas si hubieran estado maduras. Me
equivoqué al principio pensando que estaban maduras pero cuando me di
cuenta de que estaban aún verdes, preferí desistir de alcanzarlas. Las
uvas verdes no son un buen alimento para un paladar tan refinado como el
mío.
Y así fue, la zorra siguió su camino, intentando convencerse de que no fue por su falta de esfuerzo por lo que ella no había comido aquellas riquísimas uvas. Y sí porque estaban verdes.
Moraleja: Si hay algo que de verdad te interesa, no desistas. Esfuérzate y persevera hasta conseguirlo.
El lobo y el burro
Había una vez un burro que se encontraba
en el campo feliz, comiendo hierba a sus anchas y paseando
tranquilamente bajo el cálido sol de primavera. De repente, le pareció
ver que había un lobo escondido entre los matorrales con cara de malas
intenciones.
¡Seguro que iba a por él! ¡Tenía que
escapar! El pobre borrico sabía que tenía pocas posibilidades de huir.
No había lugar donde esconderse y si echaba a correr, el lobo que era
más rápido le atraparía. Tampoco podía rebuznar para pedir auxilio
porque estaba demasiado lejos de la aldea y nadie le oiría.
Desesperado comenzó a pensar en una
solución rápida que pudiera sacarle de aquel apuro. El lobo estaba cada
vez más cerca y no le quedaba mucho tiempo.
– ¡Sí, eso es! – pensó el burrito – Fingiré que me he clavado una espina y engañaré al lobo.
Y tal como se le ocurrió, empezó a andar
muy despacito y a cojear, poniendo cara de dolor y emitiendo pequeños
quejidos. Cuando el lobo se plantó frente a él enseñando los colmillos y
con las garras en alto dispuesto a atacar, el burro mantuvo la calma y
siguió con su actuación.
– ¡Ay, qué bien que
haya aparecido, señor lobo! He tenido un accidente y sólo alguien tan
inteligente como usted podría ayudarme.
El lobo se sintió halagado y bajó la guardia.
– ¿En qué puedo ayudarte? – dijo el lobo, creyéndose sobradamente preparado.
– ¡Fíjese qué mala
suerte! – lloriqueó el burro – Iba despistado y me he clavado una espina
en una de las patas traseras. Me duele tanto que no puedo ni andar.
Al lobo le pareció que no pasaba nada
por echarle un cable al burro. Se lo iba a comer de todas maneras y
estando herido no podría escapar de sus fauces.
– Está bien… Veré qué puedo hacer. Levanta la pata.
El lobo se colocó detrás del burro y se agachó. No había rastro de la astilla por ninguna parte.
– ¡No veo nada! – le dijo el lobo al burro.
– Sí, fíjate bien… Está justo en el centro de mi pezuña. ¡Ay cómo duele! Acércate más para verla con claridad.
¡El lobo cayó en la trampa! En cuanto
pegó sus ojos a la pezuña, el burro le dio una enorme coz en el hocico y
salió pitando a refugiarse en la granja de su dueño. El lobo se quedó
malherido en el suelo y con cinco dientes rotos por la patada.
¡Qué estúpido se sintió! Creyéndose más listo que nadie, fue engañado por un simple burro.
– ¡Me lo merezco porque sin tener ni idea, me lancé a ser curandero!
Moraleja: cada uno tiene que dedicarse a lo suyo y no tratar de hacer cosas que no sabe. Como dice el refrán: ¡zapatero a tus zapatos!
El lobo con piel de oveja
Pensó un día un lobo cambiar su apariencia para así facilitar la obtención de su comida. Se metió entonces en una piel de oveja y se fue a pastar con el rebaño, despistando totalmente al pastor.
Al atardecer, para su protección, fue llevado junto con todo el rebaño a un encierro, quedando la puerta asegurada.
Pero en la noche, buscando el pastor su provisión de carne para el día siguiente, tomó al lobo creyendo que era un cordero y lo sacrificó al instante.
Moraleja: Según hagamos el engaño, así recibiremos el daño.
El león y el ratón
Después de un largo día de caza, un león se echó a descansar debajo de un árbol. Cuando se estaba quedando dormido, unos ratones se atrevieron a salir de su madriguera y se pusieron a jugar a su alrededor. De pronto, el más travieso tuvo la ocurrencia de esconderse entre la melena del león, con tan mala suerte que lo despertó. Muy malhumorado por ver su siesta interrumpida, el león atrapó al ratón entre sus garras y dijo dando un rugido:
-¿Cómo te atreves a perturbar mi sueño, insignificante ratón? ¡Voy a comerte para que aprendáis la lección!-
El ratón, que estaba tan asustado que no podía moverse, le dijo temblando:
- Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas te estaré eternamente agradecido. Déjame marchar, porque puede que algún día me necesites –
- ¡Ja, ja, ja! – se rió el león mirándole - Un ser tan diminuto como tú, ¿de qué forma va a ayudarme? ¡No me hagas reír!.
Pero el ratón insistió una y otra vez, hasta que el león, conmovido por su tamaño y su valentía, le dejó marchar.
Unos días después, mientras el ratón paseaba por el bosque, oyó unos terribles rugidos que hacían temblar las hojas de los árboles.
Rápidamente corrió hacia lugar de donde provenía el sonido, y se encontró allí al león, que había quedado atrapado en una robusta red. El ratón, decidido a pagar su deuda, le dijo:
- No te preocupes, yo te salvaré.
Y el león, sin pensarlo le contestó:
- Pero cómo, si eres tan pequeño para tanto esfuerzo.
El ratón empezó entonces a roer la cuerda de la red donde estaba atrapado el león, y el león pudo salvarse. El ratón le dijo:
- Días atrás, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos.
El león no tuvo palabras para agradecer al pequeño ratón. Desde este día, los dos fueron amigos para siempre.
Moraleja: Ningún acto de bondad queda sin recompensa, y no conviene despreciar la amistad de los humildes.